Tengo 26 años y estudio música. Tengo depresión y a veces me preguntan cómo es eso. Acá planeo escribir sobre cómo es mi vida de estudiante, y compartir artículos que encuentre interesantes, para darles una idea de cómo es =)

domingo, 27 de septiembre de 2015

Ratitos de estudio, Ep. 3: Jueves 27/08

[Sigo con los escritos que encontré en un Word, escritos un mes atrás. Relatan ratitos de estudio y los pensamientos que me disparan. Esto sucedió al día siguiente de lo que conté en un post anterior.]


Hoy estudio piano primero. Acomodo la silla y pongo la alarma en el celular para que suene dentro de 30 minutos. Como ayer estuve con el 17 de Bartok, ahora para variar un poco y no cansarme elijo el Schumann. En este tengo que practicar específicamente tocar con la mano derecha más fuerte que con la izquierda.

Juego con los ajustes del peso de las teclas, eligiendo uno que, justamente, hace sonar más fuerte las teclas graves con muy poco peso de las manos. Intento. Menos de dos minutos después, ya empieza el mortal aburrimiento. Decir que odio esta obra capaz que es medio extremo. Pero realmente mucho cariño no le tengo. Nunca me movió exageradamente el piso (la elegí porque era la más fácil, con toda la mano izquierda escrita en clave de Sol), pero he pasado tantos malos ratos estudiándola, que ya le tengo un poco de rechazo. Los malos ratos generalmente se debían a la angustia que me agarra cuando estudio. Un poco antes y durante las vacaciones estuve en la etapa de aprender notas: me costó porque era lo más complejo que tuve que tocar hasta ahora, pero también es muy repetitiva, así que no tuve que memorizar tanto. Pero igual la pasé mal cada vez que pifiaba una nota. Era muy aburrido y frustrante. Entonces buscaba otras obras que también tuviera que hacer… pero más o menos todas me tienen en el mismo nivel de “qué aburrido, no quiero tocar más esto”. Lo bonito del caso es que todas me gustan, más o menos, cuando recién las conozco. Es después de pasar horas tratando de descifrarlas que les empiezo a perder el gusto. Son como esas canciones de la radio que pasan toooodos los días hasta que no las querés escuchar más.

Cuando me sobreviene el primer suspiro de angustia y ganas de huir, miro el celular a ver la hora. Desde que empecé a tocar han pasado… 8 minutos.

8 mugrientos minutos.

Mentalmente saco cuentas de cuánto son 8 minutos en relación a 30: 3 x 8 = 24, así que 8 minutos es menos de un tercio, pero más de un cuarto. Me obligo a dejar de pensar en estas pelotudeces y volver a tocar.


Intento la mano derecha sola, tratando de hacer más suaves los finales de frase; practico en la mano izquierda una parte en la que yo ponía la mano de una forma rara y ahora mi profe me la corrigió por algo más natural; practico lo de una mano más fuerte que la otra. Ya no sé qué variaciones hacer para que no me resulte tan tedioso.

El aburrimiento sube, la concentración baja, y empiezo a pifiar notas a lo pavote. Ya venía cometiendo errores de notas, pero ahora se amontonan. Esto me irrita muchísimo. De todos los errores que se pueden cometer, me molesta muchísimo el equivocarme de notas en una obra que ya estudié hasta el cansancio para aprenderme, justamente, las putas notas!!!! Me gustaría trabajar todo el resto en paz sin tener que estar escuchando notas fuera de lugar a cada frase. Pero claro… para eso habría que estar concentrada.

De pronto me quedo quieta y miro la partitura. Por primera vez se me ocurre que no quiero hacer esto. Se me ocurre, de pronto, que quiero ser libre para dibujar, pintar, tomar sol, lavar ropa, navegar en internet, jugar videojuegos, ir a clases de danzas, pintarme las uñas, y lo más gracioso de todo… ¡tocar la flauta!

Pffff- JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA.

Me río para no llorar. Es de lo más irónico que después de hacerme la vida miserable cuando intento tocar la flauta, y cuestionarme si debería dejarla, la depresión ahora me insinúa que debería dejar el piano para, entre otras cosas, tocar la flauta. De pronto el otro instrumento parece fácil y divertido en comparación.


Me suena TAN familiar: conozco las tretas de la depresión. No todas, claro, pero ya de a poquito le voy conociendo el repertorio de guachadas. Una de sus estrategias preferidas es convencerme de que a lo que sea que me estoy dedicando en el momento me gusta, pero no me gusta taaaaaaanto como para dedicarme a eso. Mejor es dedicarme a otro de mis múltiples intereses. Con este engaño, la depresión ha conseguido que yo abandone tres carreras hasta ahora. De a poquito la voy conociendo. Conozco este truco.

Algún día voy a hacer un post relatando mis fracasos académicos. No sé bien para qué. Catarsis, supongo. Lo cierto es que ya tengo vista esta estrategia:

- ¿Te gusta este tema, no? ¡Hacé esta carrera! Ah, pará: se está complicando. Uh, qué embole esto. No está tan buena después de todo. Mucho trabajo para algo que ni siquiera te gusta tanto… No tenés vocación para esto. Mejor hacé esta otra. ¡Qué linda! ¡Esto está bueno! Uh, pará: mucha tarea. No está tan bueno después de todo. ¿Para qué terminarla? Si total no te vas a dedicar a esto…

Que no me joda. Esta vez no le pienso hacer caso. (Bah, tampoco es que antes le haya hecho caso. Más bien, me hizo la vida miserable hasta que me volvió imposible el estudio). Sé que me gusta la música. Desde los 14 años que quiero estudiar música. Y ahora, después de tantas idas y vueltas de la vida, por fin se me da. Tengo la paz y privacidad para estudiar que nunca tuve. Tengo los instrumentos, que elegí porque realmente me gustaban. Tengo profesores que me bancan!!, cosa que todavía no puedo creer lo afortunada que soy de que me hayan tocado profes tan pacientes y comprensivos. Tengo una familia que me re banca, que absolutamente no merezco. ¡Lo tengo todo! Sólo me falta la salud (mental, porque de la otra sí tengo). Pero no quiero dejar que esta enfermedad del orto me vuelva a arrebatar mis sueños. ¡Quiero estudiar! ¡De veras lo quiero! ¡Ánimo!

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