Tengo 26 años y estudio música. Tengo depresión y a veces me preguntan cómo es eso. Acá planeo escribir sobre cómo es mi vida de estudiante, y compartir artículos que encuentre interesantes, para darles una idea de cómo es =)

viernes, 18 de septiembre de 2015

Miércoles gris (26/08/15)


[Encontré en mi compu un par de relatos de días pasados, que aparentemente me olvidé de publicar, como éste, escrito el 26 de agosto. Un día nublado y bajoneante.]


Mi piano es un somnífero. Llevo 15 minutos tocando y ya me agarró un sueño bárbaro.

No sabía bien qué hacer (todas mis pequeñas piezas y estudios fáciles me tienen cansada), así que agarré una pequeña obrita, Bartok 17, sobre la cual estuve trabajando relajar la mano izquierda, que se tensa como una garra en ESA obra en particular; en otras está más relajada. ¿Quién entiende cómo funciona el cerebro? XD

Paro para escribir y hacerme un café. Estoy despierta desde las 7 am, cuando me levanté para ir a clases… y no pude. Ya desde anoche que no quería salir, la idea me disgustaba un montón. Pese a eso me levanté y me empujé a prepararme, pero cuando estaba a medio vestirme me agarró la angustia. Me quedé hecha un bollito en el futón, sobre una almohada, triste, muy triste por no haber podido ir a clases.

Cuando estaba muy, muy enferma, en mi gran bajón de 2013, me venían estas crisis muy seguido. El año pasado fueron menos (pero todavía numerosas) y este año fueron menos hasta ahora, pero estas últimas semanas estoy más inestable.

Estos episodios consisten en que yo tengo que salir para algún lugar. No tengo ni las más mínimas ganas… ¿o sí? Es una de las cosas más raras con que me toca lidiar en esto de tener depresión: quiero ir y no quiero. Los motivos por los que quiero ir suelen tener que ver con el sentimiento de deber cumplido, la lógica de estar estudiando X cosa por mi propia elección, y otras cosas que pueden variar según la clase en particular. Pero a la vez, la idea de salir me genera mucha angustia. Todo parece difícil: desde arreglarse hasta salir a la calle, caminar hasta el colectivo, pedir el boleto al chofer, llegar a clase, estar en clase (lo cual requiere de atención y esfuerzo), volver a casa… Si salgo ahora, no vuelvo a casa hasta las 10.30 am. Tres horas, ¡tres!, de andar por la calle y dentro de lugares, interactuando con el mundo. ¡Horror! No me siento capaz de hacerlo. Y así es como me quedé en casa.

Me sentí triste, claro. Muy triste. Perdí mis clases de flauta y piano. Son las clases que más me motivan. Toda la semana apunta a ellas; todo se trata de trabajar lo más posible con los instrumentos para poder aprovecharlas al máximo. Si yo tuviera que pagar por la educación que recibo en el conser, nunca podría pagarla. No podría pagar ni una sola de mis clases: simplemente no tengo el dinero. Se me da la enorme oportunidad y bendición de estudiar… y yo estoy acá, sentada en mi futón, a medio vestir, llorando delante de la tele. ¡Cómo quisiera estar sana, y poder estudiar muchísimo, dedicar un montón del mucho tiempo que tengo al estudio, y luego ir a clases feliz y orgullosa de lo que trabajé, y poder aprovecharlas! En vez de eso, mi pequeño, humilde, quizás patético objetivo es simplemente… estudiar media horita de cada instrumento por día y, lo más importante, no faltar a clases. Hoy no logré ni eso, ni siquiera mi pobre y diminuto objetivo. ¡Qué fracasada me siento! ¡Qué culpable, por haber desperdiciado mis clases!

A la vez… algo cambió en mí. Ya no es como en 2013. Ahora me comprendo un poco más; ahora sé que no es por vagancia. Sé que esto, esto que estoy haciendo ahora, esta situación, este miedo, no soy yo; sé que no es así mi personalidad. Sé que es la depresión y que, mientras yo pueda reconocerla, tengo chances de ganar.

Me levanto, me lavo la cara y me preparo un desayuno. Comienza el día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario